Después de veinte años

Me encontré con un compañero del alma después de veinte años. De manera casi anecdótica apareció en facebook. Nos habíamos dejado de saber cuando él y yo emprendimos caminos dis-pares, cada uno el suyo, ya no juntos. Con todo respeto, habíamos puesto silencio de por medio y crecimos como personas, con proyectos y compañeros de viaje acordes a las opciones. Después de veinte años, aparecidos de nuevo, con alegría inmensa, transitamos por calles y pasajes conocidos de ambas vidas, re-cordamos mucho y nos contamos, en la primera cita. En la segunda, simbólicamente, llegamos al “bosque”, a la espesura de lo no conocido, del día después de hace veinte años, llegamos al miedo, dolor en las entrañas y soledad.
Miedo, dolor en las entrañas y soledad no del presente que nos abrigaba feliz, sino de lo desconocido del otro, de lo que “nos perdimos”. Miedo, dolor en las entrañas y soledad de lo que veíamos en el silencio de un parpadeo, en la espesura de la vida que no habíamos compartido con nadie porque era mutuo y recíproco y de nadie más, y ahora se abría, muy sincero, acaso demasiado. Verdades que comprometen la vida misma.
En el “decíamos ayer”, se nos enturbió el: “a mí no me engañas”… y nos mostró cuan desconocidos éramos, no solamente uno frente al otro, también cada uno en el otro y cada uno de sí mismo. Este “encuentro con el pasado” devenía ahora el desafío de ahondar más en la vida, con un espejo veraz al frente. Enfrentábamos la oportunidad de incorporar al joven que fuimos a nuestros mundos de adulto. Ello significaba reabrir ciclos, volver a jugar partidas con otras destrezas. Incorporar, no deshacer, ¿o sí?. Se abrían grietas, inseguridades, incomodidades: ¿qué hubiera pasado…?
El miedo, dolor en las entrañas y soledad no había existido hasta llegar a ese lugar inhóspito de la franqueza y ahora amenazaba la estabilidad del presente. Habíamos estado veinte años sin vernos, ni sabernos y ahora, este encuentro era exigente. Dejaba al descubierto una conversación profunda y pendiente con las propias lealtades. Gratuitamente, de la mano de las vueltas de la vida, se aparecía la oportunidad de dejar todo igual o avanzar, crecer más y ahondar en el amor sincero. ¿Le daba yo un sí a por todas?, ¿me lo daría él a mi?, ¿qué comprometía ello?
Revisarse después de veinte años es una afrenta compleja, siempre sana, pero puede ser dura. Emergen situaciones que antes no existían, como las arrugas; o que en la evolución de la vida se han generado y tienen vida propia: proyectos, familia, duelos… No aprovechar la oportunidad es vivir en el miedo a la libertad, aprovecharla es no tener miedo a la exigencia y sí tenerle a la mediocridad.

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