Iniciar el camino del desapego

Las emociones no son buenas ni malas, pueden ser agradables o desagradables, pero son neutras en sí. No obstante ello, sentir rabia, por ejemplo, y canalizarla adecuadamente requiere temple, madurez y quizá haberse trabajado mucho interiormente. Lo mismo con el miedo, la tristeza, la alegría, la sorpresa o la aversión, todas ellas emociones connaturales al ser humano. No le podemos exigir a nadie que no sienta alegría si la siente, pero otra cosa es convertir esa alegría, llenarla de sentido y que penetre en nuestra conducta de manera sana.

Durante mucho tiempo el mundo occidental se alejó de las emociones y aprendió a negarlas como si fueran demostración de poca racionalidad. Hoy cada vez queremos aprender más de ellas. Sabemos que es sano llorar si uno siente que lo necesita y que tan problemático es no hacerlo como hacerlo en exceso. El miedo es preventivo, nos alerta de peligros y es una manera de protegernos, pero también es una seguridad.

“No te presto el auto porque tengo miedo a que te pase algo” le dice una madre a su hijo adolescente y así ella vive “segura”, hasta el día que el joven decide, por su propio bien manejar, sin pedir tantos permisos. La “seguridad” que nos aquieta son miedos que nos anulan. Detrás de muchas emociones sobredimensionadas hay miedos que nos hacen pequeños y torpes, es difícil verlos porque uno está detrás de ellos como en una gran fortaleza. Soltar la ira y dejar pasar el enojo es una manera de renunciar al poder; acercarse a aquel que me repugna es una manera de hacerme vulnerable; serenarme ante una alegría loca es una manera de empezar a gozar de manera permanente; dejar de sollozar nos permite ver el bosque como dice el adagio. En todos los casos se trata de dar un salto, desapegarse, ir un poco más allá de mis seguridades: estoy segura que estoy triste y tengo derecho a ser consolada, pero el camino al desapego es el que tengo que recorrer hasta vencer el duelo.

El desapego es la renuncia a tener la razón de mis miedos, expande el alma y la hace flexible y es un camino que nunca termina porque naturalmente, el ser humano busca la seguridad cuya llave es el miedo.

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